martes, 12 de febrero de 2013

Paisajes Apocalípticos (QY Bazo)



Ahora que Última Transmisión empieza a salir del papel para dar sus primeros pasos sobre las tablas, nos gustaría compartir periódicamente en esta “sección” algunas reflexiones que, a modo de pinceladas, ayuden a retratar los paisajes apocalípticos que dan forma al imaginario de esta obra.

Y lo primero es ¿por qué hemos escogido una historia en clave de ciencia ficción post-apocalíptica? Quizás haya que decir que la vitalidad de este género (que se remonta a 1826 con El último hombre de Mary Shelley) depende mucho del momento histórico. Sus grandes picos coinciden con épocas tan marcadas como la inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde el devastador poder de la bomba atómica hacía pensar en el fin del mundo. Y alcanzó su máxima popularidad durante la Guerra Fría, cuando la aniquilación nuclear mundial parecía una posibilidad muy real. Sin embargo, con la caída del Muro de Berlín pareció extinguirse. Ahora ha vuelto y lo ha hecho con renovadas fuerzas. Nuestro clima político y social, el malestar global, los conflictos armados, los ataques terroristas… ¿es tan difícil imaginar un mundo despoblado, un mundo destruido por la propia humanidad? Los tiempos inciertos son los tiempos donde la ciencia ficción post-apocalíptica campa a sus anchas.

Pero no solo nos atraía por eso. Todo gran cataclismo deja supervivientes y este género especula con cómo sería su vida. El mundo tal y como lo conocían los supervivientes ha desaparecido: se acabó la tecnología, si queda algo de electricidad se acabará, si queda algo de combustible se consumirá, se acabó la seguridad, se acabó la moral. Todo, absolutamente todo, se ha de poner al servicio de una sola motivación: sobrevivir.

¿Qué harías tú? ¿A qué te aferrarías cuando todo lo que has dado por sentado desaparece? ¿A qué renunciarías por sobrevivir un día más?

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